lunes, 3 de noviembre de 2014

El huerto
(cuento)

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles y frutales, y toda clase de plantas de todos los tamaños.
Como todos los huertos tenía mucha frescura y agrado, donde los niños jugaban. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros.... el canto del amor.

De pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo, cuando fue mi primer beso.

Después de algunas investigaciones sobre la causa de ese resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el corazón, una piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquélla una esmeralda...cual me quede contemplando ¡Que maravilla!

Por alguna incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerable, inadecuado porque encendía la llama de la pasión.

Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que esconder sus piedras preciosas en capas y capas cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro, hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio al que le gustaba sentarse a la sombra de los árboles del huerto y que, sabía tanto, que entendía hasta el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntar una por una: -¿Por qué no eres como eres por dentro? Y ellas iban respondiendo: -Me obligaron a ser así. -Me fueron poniendo capas... -Incluso me puse algunas para que no dijeran... Algunas tenían hasta diez capas y casi no se acordaban de por qué se pusieron las primeras. Al final, el sabio se puso a llorar; y, cuando la gente le vio llorando pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas inteligentes: Por eso, aún hoy, todos siguen llorando cuando una cebolla nos abre el corazón pero, yo sonrío por el recuerdo de mi primer amor.

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